El dilema del erizo
En
un día de invierno muy frío, un grupo de erizos decidieron juntarse para
resguardarse de la helada, amontonándose unos encima de otros para aportarse
calor. Pero ocurrió que se comenzaron a hacer daño con sus púas entre ellos, y el dolor llegó a ser tal, que no tuvieron más remedio que separarse para
aliviarlo y, con ello, otra vez sintieron frío.
De
esta forma, entre el peligro de morir congelados o de hacerlo por el dolor que
se infringían mutuamente con sus pinchos, acabaron encontrando la distancia óptima a la
que colocarse,
que era la que les permitía estar lo suficientemente cerca como para darse
calor y, al mismo tiempo, lo suficientemente alejados como para no herirse con
las punzadas de sus espinas, de manera que tanto el frío como el dolor fuesen
soportables.
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