¿LEER
O NO LEER?
¡ÉSA ES LA CUESTIÓN!
· SAL CON UN CHICO QUE NO LEE
Las conversaciones serán sencillas, podéis hablar del tiempo, del
trabajo o estudios, podéis hablar de ropa o del mundo del motor. Puedes hacer
que te interesa el funcionamiento de un cuatro cilindros, o puedes ir con él a
ver el fútbol e indignarte con cada fuera de juego que el árbitro de turno
decida no pitar.
Podéis hablar de música, o salir a bailar, pero no le prestes
demasiada atención a la letra, ni busques cosas excesivamente profundas, porque
casi seguro no le interesará ver más allá de la rima.
Sal con un chico que no lee, o te condenarás a aprender cada día,
y a vivir de modo que cada momento pueda ser descrito en un papel.
Sal con un chico que no lee, o te convertirás en musa y
protagonista de mil historias que de esta manera, no podrías vivir.
· SAL CON UNA CHICA QUE NO LEE
Cautívala con trivialidades poco sentimentales; usa las típicas
frases de conquista y ríe para tus adentros. Bésala bajo la lluvia y deja que
la tenue luz de un farol de la calle os ilumine, así como has visto que ocurre
en las películas.
Deja que la especie de contrato, que sin darte cuenta has
celebrado con ella, se convierta poco a poco, incómodamente, en una relación.
Háblale de cosas sin importancia y piensa poco. Propónle que se mude a vivir
contigo y déjala que decore. Peléale por cosas insignificantes.
Deja que pasen los años sin que te des cuenta. Compra una casa y
ten dos hermosos hijos. Trata de criarlos bien. Falla a menudo. Cae en una
aburrida indiferencia y luego en una tristeza de la misma naturaleza. Sufre la
típica crisis de los cincuenta. Envejece. Sorpréndete por tu falta de logros.
En ocasiones siéntete satisfecho pero vacío y etéreo la mayor parte del tiempo.
Muere, pero solo después de haberte dado cuenta de que la chica
que no lee jamás hizo vibrar tu corazón con una pasión que tuviera significado.
· SAL CON UN CHICO QUE LEE
Ese joven callado que acostumbra pasar inadvertido y al que
siempre encuentras degustando las páginas amarillentas de un ejemplar
desgastado. Ese hombre de rostro serio que ves en un café o en un centro
comercial, acompañado de una buena novela y una bebida helada. Invítalo a
salir, será toda una aventura que valdrá la pena.
Porque un chico que lee, también escucha. Atenderá tus
quejas por la brevedad de una novela o la maldad de cierto personaje. Conocerá
la magia de las palabras que pueda susurrarte mientras recorren bibliotecas y
relatos misteriosos.
Sabrá aplicar el arte del silencio y el apoyo mudo cada vez que
llores el final de un nuevo libro. Ese chico que lee tomará tu mirada como
inspiración para convertirse en escritor apasionado que ve en tus
ojos la fuente de sus escritos. Un hombre que lee albergará en su ser un océano
de historias para que solo tú te sumerjas en ellas.
Criticará el poco sentido de las letras que la gente tararea una
noche de fiesta cualquiera, se reirá de lo banal. El chico que lee, sabrá
encandilarte con cuatro palabras bien dichas, y tardarás un rato en darte
cuenta de su gracioso juego de conquista.
Porque el chico que lee sabrá cuando callar, porque entiende el
sentido de los puntos suspensivos, y seguramente no invertirá tanto tiempo en
preguntar repetitivamente ese “qué te pasa” que sin duda no queremos responder.
Se acordará del argumento, y entenderá los fallos del guión, pues lo ha leído
en mil páginas.
El chico que lee sabe que, incluso en los mejores libros, los
grandes detalles pueden ser sugeridos con una descripción de la escena, y hará
de cada una de tus miradas una descripción que no necesite explicaciones ni
pretextos. Te abrazará antes de pedir argumentos, porque un chico que lee,
también lee entre líneas.
El chico que lee ha aprendido de los mejores héroes de la
historia, y sabe cuándo y cómo ha de luchar. Sabe que la trama tiene giros y no
se pondrá tan nervioso ante un párrafo dramático. Conoce las palabras que te secan y humedecen los ojos, y te
comparará con las musas de sus autores preferidos, se reirá de ti si llegas al
punto de locura que alcanzan sus protagonistas y ya conocerá la solución.
No habrá mejor regalo para él que empezar juntos una historia
definitiva, un libro que no tenga final porque, al fin y al cabo, el chico que
lee querrá seguir leyendo, y valorará el suspense antes de escribir la última
frase del día.
El chico que lee conoce mil mundos, y no parará hasta que los
visitéis juntos. Y cada momento absurdo se llenará de magia si señala una a una
las cosas que imagina para ti en ese momento, porque podrá transformar una
cutre habitación de hostal en la suite más maravillosa de París.
Si sales con un chico que lee, ten claro que no pararás de
recorrer lugares que posiblemente aún no se hayan inventado, que cada momento
será un párrafo perfecto de vuestro libro, que cada gesto habrá sido vagamente
maquinado, y cada punto de tensión será resuelto, porque los libros, siempre
continúan. Y el chico que lee, lo sabe.
Sí, esos chicos aún existen. Son como los libros empolvados que
encuentras en un rincón de la librería. Lo ves y por alguna extraña razón capta
tu atención. Sus rostros son la tapa de una historia que por momentos
pasa inadvertida entre cientos de portadas comunes que pululan diariamente por
ahí sin despertar tu curiosidad. Pero cuando te acercas y empiezas a leer sus
gestos, a escuchar sus palabras, te atrapan como cuentos
fascinantes que no puedes dejar de lado.
Sí, los chicos que leen aún existen, y bien vale la pena que los
invites a salir. Puedes ver a alguno por ahí, con aparente gesto frío y
refinada indiferencia. Pero bajo esos aspectos se halla el calor hipnótico del
hombre que busca una lectora para sus historias, una protagonista para su vida.
Sal con un chico que lee. Porque es la garantía de una biblioteca
en su casa reservada sólo para ti. Porque con cada libro que se obsequien
entre ambos, irán alimentando la librería que desearán tener en un pequeño
apartamento lleno de fantasía en París, Roma, Londres o Madrid.
· SAL CON UNA CHICA QUE LEE
Sal con alguien que se gasta todo su dinero en libros y no en
ropa. Invita a salir a una chica que tiene una lista de libros por leer y que
desde los doce años ha tenido una tarjeta de suscripción a una biblioteca.
En su maleta siempre llevará un libro que aún no ha comenzado a
leer. Es la que siempre mira amorosamente los estantes de las librerías, la que
grita en silencio cuando encuentra el libro que quería. Es la chica que está
sentada en el café del final de la calle, leyendo mientras espera.
Es fácil salir con una chica que lee. Regálale libros en su
cumpleaños, en Navidad y en cada aniversario. Dale un regalo de palabras, bien
sea en poesía o en una canción y hazle saber que entiendes que las palabras son
amor.
Comprende que ella es consciente de la diferencia entre realidad y
ficción pero que, de todas maneras, va a buscar que su vida se asemeje a su
libro favorito. No será culpa tuya si lo hace. Por lo menos tiene que intentarlo.
Miéntele, si entiende de sintaxis también comprenderá tu necesidad
de mentirle. Detrás de las palabras hay otras cosas: motivación, valor, matiz,
diálogo; no será el fin del mundo.
Fállale. La lectora sabe que el fracaso lleva al clímax y que todo
tiene un final, pero también entiende que siempre existe la posibilidad de
escribirle una segunda parte a la historia y que se puede volver a empezar una
y otra vez y aun así seguir siendo el héroe. También es consciente de que
durante la vida habrá que toparse con uno o dos villanos.
¿Por qué tener miedo de lo que no eres? Las chicas que leen saben
que las personas maduran, lo mismo que los personajes de un cuento o una
novela.
Una chica que lee posee un vocabulario capaz de describir el
descontento de una vida insatisfecha. Un vocabulario que analiza la belleza
innata del mundo y la convierte en una alcanzable necesidad, en vez de algo
maravilloso pero extraño a ti.
Una chica que lee hace alarde de un vocabulario que puede
identificar lo espacioso y desalmado de la retórica de quien no puede amarla, y
la inarticulación causada por el desespero del que la ama en demasía.
La chica que lee entiende de sintaxis. La literatura le ha enseñado
que los momentos de ternura llegan en intervalos esporádicos pero predecibles y
que la vida no es plana. Sabe y exige, como corresponde, que el flujo de la
vida venga con una corriente de decepción. Una chica que ha leído sobre las
reglas de la sintaxis conoce las pausas irregulares –la vacilación en la
respiración– que acompañan a la mentira. Sigue su camino, porque la sintaxis le
permite reconocer el ritmo y la cadencia de una vida bien vivida.
La chica que lee no se resignará a vivir sin pasión, sin
perfección, a llevar una vida que no sea digna de ser narrada. Hablará de los
protagonistas del libro como si fueran reales y es que, por un tiempo, siempre
lo son.
La chica que lee sabe de la importancia de la trama y puede
rastrear los límites del prólogo y los agudos picos del clímax; los siente en
la piel. Será paciente en caso de que haya pausas o intermedios, e intentará
acelerar el desenlace. Pero sobre todo, la chica que lee conoce el inevitable
significado de un final y se siente cómoda en ellos, pues se ha despedido ya de
miles de héroes con apenas una pizca de tristeza.
Sal con una chica que lee porque te lo mereces. Te mereces una
mujer capaz de darte la vida más colorida que puedas imaginar. Si solo tienes
para darle monotonía, horas trilladas y propuestas a medio cocinar, te vendrá
mejor estar solo. Pero si quieres el mundo y los mundos que hay más allá,
invita a salir a una chica que lee. O mejor aún, a una que escriba.
Extraído de varios
escritos de diversos autores:
Charles Warnke,
Rosemary Urquico y Jef Volkjten
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